
Tras sacudirse el polvo, contempló como todo aquel pasadizo que conectaba el hall con la antigua zona de la biblioteca (ahora transformada en una lavandería siniestra), estaba cubierto por el polvo. Se acumulaba en las esquinas, formando grandes bolas. Miró a su alrededor y no vio nada. Ni tan siquiera el ruido de los pasos de alguien huyendo. Pero esos ojos eran reales:
– Señor Papaya, ¿se encuentra usted bien?
– Perfectamente, pese al golpe. – El señor Adosmanos, le ayudó a ponerse de pie.
– Las puertas de acceso a la casa están cerradas y la escotilla a la zona técnica, en el subterráneo, está inaccesible. Lo que fuera aquello que hemos visto, no puede haber escapado de la casa.
– Perfecto. ¿La zona del bistró tiene otro acceso, no? – Recolocándose el sombrero, continuo con las pesquisas.
– Si, es esta puerta de aquí. La llave debería estar colgada a… – El silencio se quedó suspendido en el aire.- Detective, aquí hay tres llaves.
– Pues una de ellas será, ¿no? – Preguntó extrañado.
– Normalmente, solo hay una. Las otras dos, no sé qué abren. Ni tan siquiera sé de dónde han salido. – El joven Adosmanos se rascaba la cabeza, pensando cuál era la correcta. – Creo que es la derecha o la de la izquierda. La central no creo que sea. ¿O tal vez sí?
– Déjeme echar un ojo. Quizás yo tenga la respuesta que busca.

Tras mirar con su lupa, escogió la llave y con una simple vuelta abrió la puerta auxiliar de la sala del bistró. La puerta estaba camuflada tras unas estanterías llenas de botellas de vino, con nombres hilarantes. Miró por los alrededores de la sala, pero no había nada destacable. Al cerrar la puerta auxiliar, volvió a mirar las botellas. Muchas de ellas estaban giradas y algunas, parecían estar cubiertas de polvo, mientras otras, les clareaba el vidrio y el tinte morado que habían colocado para simular el vino:
– Bonito trabajo. ¿Ha sido idea del señor Cañadeazúcar, no? – Preguntó el detective, tomando una botella en la mano. El señor Adosmanos, miraba con extrañeza.- Los nombres, digo. Son muy originales.
– Si, el señor Cañadeazúcar quería darle el máximo de realismo a la casa y tomó detalles, hasta en los lugares más minúsculos. ¿Cómo ha llegado a la conclusión? Nos dijo que eran palabras inventadas.
– Demasiados años investigando. Y por alguna extraña razón, estas botellas han sido tocadas por nuestro fugitivo.
Estas etiquetas de vino, tienen nombres muy raros. Parece que tienen relación con el Detective Papaya. ¿Sabéis qué personajes se esconden detrás de cada una de ellas?
Tras comprobar qué todas las botellas hacían referencia a trabajadores de la Agencia de Detectives de Monstruos, el detective Papaya, tomó la botella que contenía su «nombre» y la examinó. Un pedacito de huella se observaba sobre la etiqueta. Lo suficientemente grande, para obtener algo de información, pero lo suficientemente pequeño para no descartar a un sinfín de monstruos. Mirando al suelo, vio pequeñas marcas que se acercaban a la escalera de acceso al nivel superior, ahora convertida en una gran escalinata doble, separada por un bordón de terciopelo rojo:
– La idea del señor Cañadeazúcar, es colocar un cristal transparente en medio de las escaleras, para que la gente no se salte parte del recorrido. En la planta superior, aún estamos acabando las reformas.
– Creo que esta botella guarda más información de la que parece. No hay solo una huella, hay algo más. Sube arriba y echa un vistazo rápido a la planta. Mientras tanto, revisaré todo el bistró. Tengo la sensación de qué algo se nos escapa.

¡Un mensaje codificado! En efecto, debe ser algún antiguo monstruo atrapado por la Agencia y lo peor de todo, es que el señor Adosmanos, ha empezado a gritar. Eso solo puede significar una cosa: malas noticias en la planta superior.