El spa era la zona dónde el señor Cañadeazúcar había decidido colocar el nuevo animatrónico que había adquirido: un tenebroso basilisco que emergía del agua. Tras abandonar la habitación 202, el detective Papaya entro por la doble puerta acristalada del spa y escuchó unos extraños ruidos que venían de una de las bañeras. Parecía un ronquido sordo, casi sin fuerza. Mandó silencio a sus acompañantes y se acercó lentamente. Dentro de la bañera, permanecía el Monstruo del Ático y del Sótano, completamente dormido y abrazado a la cabeza del animatrónico de Frankenstein. El detective Papaya, no podía creer lo que estaba viendo. ¿Sería posible que el monstruo se hubiera quedado frito, tras saber que lo estaban buscando? El detective sacó el Frasco de Cristal y gritó las palabras secretas, a los cuatro vientos…

El monstruo, sorprendido por aquellas voces, intentó escapar de la atracción del frasco de cristal, con tan mala pata, que acabó tirando una estantería llena de productos para la limpieza y el aseo. Mientras el detective Papaya cerraba el frasco de cristal, el señor Adosmanos se llevaba las manos a la cabeza, viendo el charco de potingues y ungüentos que se había formando en un momento. El gamusino, sin embargo, decidió hacer ángeles de nieve en el bodymilk derramado:
– ¡Qué desastre! Sólo hemos recuperado a Frankenstein y ahora, esta sala es un peligro. Está resbaladiza y sucia. Y no tenemos tiempo qué perder. ¿Cuál es el siguiente plan? – Preguntó, desesperado. – ¿Qué vamos a hacer, señor Papaya?
– Avisemos por walkie-talkie a tus compañeros de trabajo, para qué limpien este desbarajuste. Mientras tanto, este malandrín y yo, tenemos que reunirnos para descubrir dónde esconde los otros robots.
El señor Adosmanos, usando el walkie-talkie, solicitó ayuda para limpiar el desastre que ocupaba gran parte de la sala de spa. Dando una lista exacta de los elementos, podrían limpiar con mayor eficiencia el desastre que allí había acontecido.

Saliendo de la atracción, el detective Papaya se acerca a las oficinas del parque, para colocar sobre el escritorio del señor Cañadeazúcar, el Monstruo del Ático y del Sótano, que estaba causando tantos problemas:
– Este monstruo… Me resulta familiar. – Dice pausadamente, el señor Cañadeazúcar. – ¡Claro! Era el que aparecía cada verano y se marchaba corriendo de mí.
– Pues claro, pues odia las escobas y todo lo que implique limpieza. Pero sigo preocupado. No entiendo por qué roba los animatrónicos. – Se rasca la cabeza y susurra lentamente.- A no ser qué…
El detective sale corriendo y regresa a los pocos minutos con la cabeza de Frankenstein:
– ¡Eso es! Ya sé por qué robaba los animatrónicos. Mirad la fotografía y mirad la cabeza. ¿Veis lo que le falta?
Encuentra las diferencias entre las dos cabezas. ¿Serás capaz de encon-trarlas todas?
El detective Papaya sonreía mientras veía al señor Cañadeazúcar, comparar la fotografía con la cabeza del animatrónico:
– Aparte de estar algo dañado, parece que le faltan las tuercas.
– Y no sólo eso, en las demás piezas también faltan tornillos y arandelas de los componentes. El Monstruo del Ático y del Armario, es un amante de los objetos pequeños y brillantes. ¿Echa usted en falta, alguna llave?
– Pues debería revisarlo, pero creo que no. ¿Por qué lo dice?
– Pues porque en la Casa Encantada, solo hemos encontrado a Frankenstein, el resto deben estar escondidos en algún lugar del parque.
– Pues déjeme mirar… – A los pocos segundos, regresa con la cara colorada, por la carrera. – Nos falta una llave. En el armario de las llaves, ha quedado un hueco, pero no sabría decirle cuál es.
– ¿Hay forma de saberlo? – Preguntó curioso, el detective Papaya.
– Resolviendo el código que hay colgado en el anclaje. El conserje no regresa hasta mañana.
– No podemos esperar al conserje, tendremos que hacerlo, ahora mismo.

Continuará…