
Y allí estaba, nuevamente esperando con la maleta cargada de croissants. Y nuevamente, el detective Papaya, tuvo que vaciarla por completo y llenarla de ropa y otros útiles para el viaje. Pero, ahora sí, ya podían irse de vacaciones. La cosa estaba clara: debían tomar un taxi hasta el Aeropuerto Internacional de Las Afueras, en Las Afueras y allí, dirigirse al mostrador número treinta y tres, para tomar el vuelo a su lugar de destino: Paris, la ciudad de la luz, la capital de Francia y el mejor lugar dónde degustar croissants, según había señalado en una guía de viajes, el gamusino que vive en el archivador, mientras un charquito de babas se formaba a sus pies. El taxi llegó puntual y una vez cargadas las maletas, tomaron rumbo al Aeropuerto. El detective, pasó gran parte del viaje revisando la documentación: tarjetas bancarias, documento nacional de identidad… Pero al mirar al gamusino, se quedó pensando: «¿Los gamusinos necesitan algún tipo de documentación?». Miró los billetes y se llevó el primer susto del día: el destino de los billetes no era Paris y ya era demasiado tarde para cambiarlo.

¡La capital de Nueva Zelanda! Es un lugar bastante frío en julio y toda la ropa que lleva en el equipaje es de verano. Además, ¡necesitará el pasaporte! En menudo lío estaba metido. Saliendo del taxi a toda prisa y lanzando el dinero, sobre el asiento del copiloto, el gamusino y el detective fueron corriendo al mostrador número trenta y tres. Una joven le atendió con cortesía y le explicó que no podía cambiar ya el billete, pues ya había realizado un cambio, un día antes. Miró al gamusino, el cual, negó con la cabeza. Para no perder el dinero de los billetes, decidió optar por la otra solución: ir a solicitar el pasaporte. Será su primer viaje a un país fuera de Europa y claro, es necesario tener el pasaporte. Lo de la ropa, ya lo solucionaría más tarde. Tras unos minutos esperando su turno, un policía le tomó los datos y preparó todo lo necesario para obtener el pasaporte. Tras pagar las tasas, recibió el documento, aunque parece que en la comisaría tenían problemas con el tintero, a la hora de estampar el sello. El gamusino miraba aquel documento y preguntó a un agente si él necesitaba uno. El policía, mirándolo desde la distancia, negó con la cabeza y le informó, que los gamusinos no necesitaban tener visado para visitar ningún país. Aún quedaban algunos minutos hasta la apertura del embarque y el detective Papaya, aprovechó para comprar una guía de viajes sobre el país en cuestión. El gamusino se avanzó y cogió la primera y única guía, que había sobre el estante sobre este país de Oceanía. Al cogerla, unos pedazos de papel cayeron al suelo y el detective Papaya observó que el libro había sido destrozado.
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¿La bandera de Nueva Zelanda, hecha añicos? ¿Quién podría tener tan malas intenciones, como para destrozar un libro? ¿Es todo casualidad o aquí hay gato encerrado? Pese a los cortes en algunas páginas, decidió llevarse la guía y escuchando las indicaciones por megafonia, embarcar en el avión, rumbo a su nuevo destino: Nueva Zelanda. Iba a ser un viaje muy largo y lo que no sabía, es que en la bodega del avión, unas risillas iban a prepararle la más trepidante aventura de su vida.
Continuarà…