El Museo de Arte Latinoamericano, se encontraba en la Avenida del Presidente Figueroa Alcorta. En la entrada del edificio, el cartel que anunciaba la gran exposición de la Reina de los Reflejos, el diamante más espectacular del planeta, daba la bienvenida a los detectives, que habían arrancado a correr hacía el interior del edificio. Tras cruzar las puertas principales y recuperar un poco de aire, la alarma del edificio saltó y comenzó el estridente ruido de la sirena. Las puertas del edificio quedaron bloqueadas y una docena de guardias aparecieron en sus espaldas. El jefe de seguridad informó a la detective Azalea, que alguien había asaltado la sala dónde estaba expuesto el diamante y qué difícilmente podrían escapar de la sala. El detective Papaya, con el gamusino escondido en el sombrero, sabía que aquello no era cierto. Si el Monstruo de los Reflejos estaba en el edificio, podía escabullirse con facilidad. El detective, decidió romper el silencio entre la Agencia y el equipo de seguridad:
– Buenas tardes, soy el detective Papaya. Necesitamos acceder a las salas bloqueadas. Creemos que el causante del robo puede ser peligroso.
– El único acceso a la sala, es a través de los pasillos subterráneos, dónde están las instalaciones de mantenimiento. Quizás es un poco complejo llegar hasta la sala. Si lo hacen, será por su cuenta y riesgo.
– No se preocupe, nos hacemos cargo. – Dijo la detective Azalea.- Seguidme, chicos.

Tras superar el angosto y endiablado recorrido por el subterráneo del edificio, aparecieron ante las puertas cerradas de una sala oval. Los detectives miraron todo el perímetro y no había otro puerta por dónde acceder. Al lado de la puerta, un pequeño dispositivo de reconocimiento por escaneo. El detective Kudo, sacó su gran lupa y observó aquel dispositivo:
– Creo que puedo sacar el patrón de desbloqueo del controlador. Pero me llevará un tiempo. Detective Papaya, si le hago el esquema, ¿será capaz de reproducirlo?
– Sin problema. Además, el gamusino siempre nos puede echar una mano.
– Perfecto, ¡allá vamos! – El detective Kudo, sacó papel y tintero y comenzó a trazar el patrón de desbloqueo.

Las puertas se abrieron con un quejido que sonó por encima de la sirena. La sala ovalada estaba llena de pedazos de cristal. La urna que protegía el diamante había sido lanzada contra el suelo y había estallado en mil pedazos. Del diamante no había rastro ni tampoco del causante del robo. La sala disponía de un pequeño aseo, de uso público. Era el único lugar dónde se podía haber refugiado el monstruo:
– Esperemos que no tenga espejo. – Dijo, sin esperanza, el detective Papaya.
Pero sus deseos no se cumplieron y allí estaba, en medio de aquel aseo, un espejo de grandes dimensiones, dónde aún se podía ver el rastro vaporoso de uno de los hermanos de Secretillo. Desde el Frasco de Cristal, llegaba la voz aguda del monstruo capturado diciendo algo sobre la esquina del espejo:
– ¡En la esquina! ¡Miren en la esquina! ¡Susurrete siempre firma en las esquinas!
– ¡Dejadme que mire! – El detective Kudo, con su gran lupa, miraba atentamente. – ¡Cierto! Aquí hay algo escrito. ¡Pero no logro entenderlo! ¿Qué narices puede significar esto?

El mensaje estaba escrito al revés y por tanto, había que mirarlo con un espejo. La detective Azalea, asomó su Espefoco y el mensaje parecía claro:
– ¡Ciudad del Cabo! ¡En África! ¿Qué se les ha perdido a este monstruo en África?
– Pues… – Dijo el detective Papaya, leyendo atentamente alguno de los paneles de la exposición. – Parece que este diamante salió de un taller orfebre de la capital de Sudáfrica. Tocará viajar. ¿Nos acompañará, detective Azalea?
– Será un placer hacerlo, chicos. Preparémonos. Necesitaremos comunicarnos con los hermanos de Secretillo, para sabotear los emergentes planes del Monstruo de los Reflejos.
Continuará…