París. En la Rue de l’Université, el detective Papaya disfrutaba de un café con leche, mientras que el gamusino, devoraba un croissant a gran velocidad, ante la mirada estupefacta de Kudo y Azalea:
– ¡Lo está devorando, como si no hubiera un mañana! – Dijo el detective Kudo, sin pestañear.
– Es lo que tiene este gamusino. Es diferente a todos los que me he encontrado investigando. Incluso se montó un apartamento de dos plantas en mi archivador (ver El caso más pequeño del mundo). – El detective sacó su cuaderno de notas verde y continuó. – Llevamos aquí más de doce horas y no hay ni rastro del monstruo. Hemos avisado a todos los lugares sensibles de recibir el ataque del Monstruo de los Reflejos.
– Y mira qué hay sitios para venir. El museo del Louvre está cerrado a cal y canto. Han puesto custodios delante de todas las obras sensibles y aumentado el número de cámaras de seguridad. Si hubiera llegado hasta aquí, nos habrían avisado ya.
– Pues deberemos aprovechar los minutos, mientras no tengamos nada qué hacer. ¿Qué tal si visitamos la capital? Tengo ganas de ver el Champs de Mars y el Quartier Latino. – Dijo el detective Papaya, mientras que el gamusino se comía los restos del croissant que se había dejado a medio comer, el detective Kudo.
– Vayamos en metro. En Villalejana, no tenemos todavía una red de transporte como esta.

Tras unas cuantas estaciones y algún que otro transbordo, los detectives Papaya, Kudo y Azalea, bajaron en la estación de Porte de Clignancourt, tras un breve aviso de la Agencia de Detectives de Monstruos. Según las guías locales, cerca de la estación del metro, se encuentra uno de los marché aux puces, más grandes de Francia:
– ¿Mercado de pulgas? – Preguntó el detective Kudo.
– Un mercado de pulgas, es un mercadillo al aire libre dónde se pueden encontrar productos de segunda mano, antigüedades y objetos de ocasión a buen precio. Parece ser que un vendedor de objetos antiguos, se ha quejado a las autoridades porque algo grande y monstruoso ha destrozado un antiguo espejo victoriano. Podría ser nuestro fugitivo.
– Revisemos su puesto en el mercado. seguramente hallemos alguna pista.

El dueño de la parada, afirma que no había visto antes esas fotografías Polaroid, pues él no vende cámaras fotográficas. Pero afirma que conoce el lugar que aparece en las fotos. Son instantáneas de obras de artes que hay expuestas en el Louvre. Parece que el Monstruo de los Reflejos, va camino del museo parisino y no hay tiempo qué perder:
– ¿Para llegar al Louvre, cuál es el método más rápido?
– Con el autobús quatre-vingt cinq. – Dijo el vendedor.
– ¿Qué número ha dicho? ¿Cuatro-veinte-cinco? – Se preguntó la detective Azalea.
– Puede que los autobuses vayan con ese código. – Reflexionó el detective Kudo. – Miremos en la parada.
Pero ni rastro del código número que les había dicho el vendedor. ¿Será qué lo habrán entendido mal? Al preguntar a una anciana que esperaba el autobús, les repitió que el siguiente era el quatre-vingt cinq y qué los llevaría directo. En la parada del autobús, había cinco autobuses parados. ¿Cuál era el que necesitaban?

¡Ya sabían la respuesta! Los números en francés son un poco particulares a partir de una cierta cantidad: por eso el setenta, se convierte en el soixante-dix, es decir, le sumamos diez al sesenta. Y para decir ochenta, decimos quatre-vingt, es decir, cuatro veces veinte. Y si le sumamos diez, tenemos el noventa. Por ejemplo, el noventa y nueve, será el quatre-vingt-dix-neuf. Subidos en el autobús, ya estaban con ganas de llegar al museo. Seguramente, el Monstruo de los Reflejos se iba a llevar una grata sorpresa en ver a tanto personal de seguridad esperando por los alrededor. Pero no hay nada peor que un monstruo que huye… ¿O tal vez sí?
En las inmediaciones de la Rue de Rivoli, el Monstruo de los Reflejos suspira. Si qué hay algo más terrible que un Monstruo de los Reflejos… ¡Uno enamorado!
Continuará…