La secretaría Mermelada estaba echando el cierre a la Agencia, cuando escuchó la voz del detective Piña Colada, preguntándole:
– ¿Has cogido baterías para las Detectilinternas?
– Pues, la verdad es que no. No se me había pasado por la cabeza.
– No te preocupes, ya bajo yo al almacén.
Dio una carrerilla hasta el sótano de la Agencia y se acercó a la puerta del almacén. Nuevamente, la puerta entreabierta le hizo sospechar. Iluminó con su Detectilinterna y contempló todos los estantes vacíos. Iluminando al suelo, se llevó la mano a la boca. Detrás de él, la secretaría Mermelada preguntaba, aterrorizada:
– ¿Y las herramientas, Moncho?
– Pues… No lo sé. Parece que nos las has robado.
– Pero, ¿quién?
– El mismo que lleva días desordenando nuestro almacén. Vayamos al Parque del Cárabo. Esperemos encontrar respuestas allí.
– De acuerdo. Cierro la Agencia y nos vamos. – La secretaría Mermelada, activó la alarma de la Agencia y cerraron la puerta con llave. – ¿Sabes qué me explicaba mi madre, cuando yo era pequeña?
– No, ¿qué te explicaba?
– La forma que tenían mis abuelos, de esconder sus objetos más preciados. Lo guardaban bien guardado y la forma de encontrar el objeto, era resolviendo una adivinanza o un acertijo. Cuando me regalaron mi primer cuaderno, me dijeron una adivinanza muy rebuscada y tardé un buen rato en encontrarlo. Sí alguna vez necesitas encontrar el código de la alarma de la Agencia y te da apuro llamarme, recuerda esta adivinanza para encontrar el objeto que esconde el código.

Tras recorrer la Calle de la Croqueta y torcer por el Pasaje del Pastor, llegaron a las grandes puertas metálicas que cercaban el Parque del Cárabo. La señora Dalia, la guardesa del parque desde hacía más de veinte años, salía de una pequeña puerta lateral:
– ¡Señora Dalia! ¡Señora Dalia!
– ¡Detective Piña Colada! ¡Señorita Mermelada! ¿Qué hacen ustedes por aquí?
– Mire, ¿ha notado algo sospechoso en el parque? – La secretaría Mermelada, estaba con el bloc de notas en la mano, para tomar apuntes. – ¿Algún movimiento extraño?
– Pues la verdad, es que si. Me he encontrado varios días, con la puerta de acceso al parque, abierta. Y no es normal, pues cada noche las cierro y las reviso, una a una. Además, tengo que llamar al Ayuntamiento. Algunas de las farolas, no acaban de funcionar bien.
– Pues, ¿le importaría si vamos a echar un ojo al interior? Tenemos sospecha de actividad monstruosa por el parque.
– Sin problema, detective. Me quedaré en mi puesto de información, por si me necesitan. ¿Llevan sus walkie-talkies? Mi número de frecuencia lo tienen anotado en este papel.
Vieron alejarse a la señora Dalia, lentamente por uno de los senderos del parque. Al cruzar las vallas, vieron algunas farolas apagadas. Por lo demás, el parque era un remanso de paz, roto por el ruido de los insectos y los pájaros. Encendieron las Detectilinternas y avanzaron en dirección contraria al puesto de información. No tardaron ni cinco minutos, cuando descubrieron un par de papeleras volcadas en mitad del camino:
– Debemos avisar a la señora Dalia, Moncho. – La secretaría Mermelada, abrió el papel del dial del walkie-talkie.- Su frecuencia es… – Comenzó a poner caras raras.- Moncho, ¿cuál es su frecuencia?
– Déjame ver… – Miró el papel atentamente y suspiró.- Está encriptada. No te preocupes, que en un periquete la resuelvo.

Con el walkie-talkie en la mano, se puso en contacto con la señora Dalia:
– Hemos descubierto unas papeleras volcadas, cerca de las canchas de petanca.
– Voy enseguida. Cogeré la cámara fotográfica, para tomar unas fotos.
En pocos minutos, se presentó la guardesa con una vieja cámara Polaroid. Tomó un par de fotografías de la escena. Las fotos salieron de la cámara, mostrando una imagen oscura y poco nítida. Tras unos minutos, las imagénes se fueron revelando. Al mirarlas, la guardesa lanzó un grito de sorpresa:
– Mirad, creo que aquí hay parte de lo que estáis buscando… ¡y alguna cosa más!

¿Qué encontraron entre las papeleras volcadas? ¿Hay algún indicio del culpable?
Continuará…