El caso de los desorganizadores – Capítulo 10

En el mapa de Villalejana encontraron la respuesta al misterioso mensaje aparecido en el interior del envoltorio de una chocolatina de la Confitería Sabayón. Las coordenadas que aparecían para ubicarse en el mapa de la población, señalaban los Jardines del Cenit (ver «El caso de los gusanitos (¿de gominola?)«), un lugar situado en la zona de Barrio Alto, cercano al domicilio del detective Piña Colada. El detective conocía bien al guardés del parque, el señor Alhucemas. Buscó en la agenda de la Agencia, el número de teléfono de la garita y tras dos o tres tonos, una voz algo cansada contestó:
– Buenos días, señor Piña Colada. Disculpe mi tono de voz, pero estamos haciendo obras en los jardines y no me da el cuerpo para tanto trabajo. ¿A qué se debe su llamada?
– Verá, buen amigo, tenemos sospecha que un Monstruo de las Sombras, ha estado merodeando por sus jardines, con un objeto robado de la Agencia y nos preguntábamos si habían encontrado algo.
– No, la verdad es que tampoco hemos tenido mucho tiempo, con tanto trajín de trabajadores, máquinas y sacos de arena. Si quieren pasarse, estaré encantado de recibirles, eso sí, tráiganse un casco, por su seguridad.
– Gracias señor Alhucemas, en un rato estaremos allí.

Salieron de la Agencia, el detective Piña Colada, la secretaría Mermelada y el detective Kiwi, que llevaba una pila de cascos bajo el brazo. El detective Kiwi, propuso un juego:
– ¿A qué no adivinas este viejo enigma de mi abuelo? Trabajaba en la construcción y siempre nos proponía el juego de los cascos. ¿Te animas, detective Piña Colada? ¿Y usted, señorita Mermelada?
– De acuerdo. – Dijeron al unísono.

¿Serás capaz de resolver el problema del abuelo Kiwi? Inténtalo sólo con el primer párrafo. Si es muy complicado, lee el segundo.

Llegaron a la entrada de los Jardines del Cenit y se colocaron los cascos sobre sus cabezas: uno blanco para el detective Piña Colada, un rojo para la secretaría Mermelada y uno verde, para el detective Kiwi. La entrada estaba llena de señales de «Precaución: obras» y «Prohibido el acceso a personas sin casco». Los tres intentaron pasar por los estrechos pasillos que había entre contenedores para runa, sacos de cemento y arena y vallas, muchas vallas de metal:
– ¡Parece un laberinto! Se me está haciendo eterno el camino hasta la caseta del guardés. – Protestó el detective Kiwi, disgustado.
– Pues aún nos queda un trecho. Paciencia. Ya verás qué rápido llegamos.

Recorre el laberinto para alcanzar la casa del guardés de los Jardines del Cenit.

Tras unos buenos minutos, esquivando material de construcción y personal cargado con carretillas llena de runa, llegaron a la, ahora polvorienta, caseta del guardés. El señor Alhucemas, ataviado con un casco de obras, les saludó efusivamente y les invitó a pasar:
– Señor Alhucemas, esto está muy complicado para buscar. Está todo el parque en obras.
– Bueno, son obras necesarias para la buena conservación del espacio natural. ¿Quieren una taza de té? Los trabajadores todavía tienen para una hora más de trabajo. Luego, ya podremos salir a la búsqueda de lo que han perdido.
– Esperemos que cuando lo encontremos no se haya roto. – Suspiró el detective Piña Colada.- Pero bueno, estaremos encantados de tomar esa taza de té que nos ofrece.

Continuará…

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