Con el sobre entre las manos, accedieron al laboratorio del doctor Flugenci Piña (Véase «El caso del fracaso (o cómo el doctor Piña perdió su vaso)») . El doctor estaba trabajando en los nuevos prototipos de objetos para la Agencia de Detectives de Monstruos. Diseños que debían ser aprobados por la detective Tiramisú. Al aparecer con el sobre entre las manos, el doctor saltó de alegría:
– Mis patentes, por fin han llegado mis patentes. – Exclamó el doctor, arrebatando el sobre de las manos del detective Kiwi.- Las envié a la detective Tiramisú con urgencia. ¡Espero que estén todas!
– El sobre lo hemos encontrado así, cerrado y sin rastro de ser abierto. Supongo que estarán todos los documentos.
– Veamos: la patente de una Bolsa de dados y objetos sorpresas, la patente del Remolino Quitamiedos, la patente de los Auriculares Reconoceruidos, la patente del Puño de trol, la patente del nuevo Detector de Monstruos y la patente del Croissanizador de crema.
– ¿Croissanizador de crema? – Preguntó la secretaría Mermelada.
– Es un regalo para el detective Papaya. Su sueldo de detective se lo deja en los ágapes del gamusino que vive en el archivador y el pobre está desesperado. Parece que todo es correcto. Pero… ¿dónde apareció este sobre?
Tras explicar toda la aventura al doctor Piña, les explicó:
– Yo tenía un invento ideal para estos casos. Sólo teníais que habérmelo pedido. Todos los objetos de la Agencia, tienen un código secreto instalado. Si alguna vez desaparecer, se los puede… invocar. Veréis. Si os vuelve a pasar, recordad este código.

Tras unos minutos callados y dejando al doctor Piña trabajando en sus inventos. Los detectives Kiwi, Piña Colada y la secretaría Mermelada, no sabían dónde meterse. Llevaban días estrujándose las neuronas y no se les había pasado por la cabeza, preguntar al inventor de dichas herramientas. Pero al fin, el almacén estaba ordenado, catalogado y lleno de etiquetas para qué todo el mundo dejara las cosas en su lugar correcto. Pero en medio del almacén, en el suelo, un libro tirado sin catalogar:
– Este libro… Es el que dejé olvidado en la ferretería del señor Berbiquí.
– Es un viejo manual de monstruos. En la carta dónde venía no había remitente.
– Pero este libro… ¿quién puede tener un libro de este tipo de características? Es una edición rara, demasiado extraña como para ser un manual oficial de la Agencia.
– Pues el único coleccionista de libros de Villalejana, que tiene una colección de libros más grande que la del detective Papaya o el Club de lectura de Villalejana.
– ¿Quién? ¿Quién? – Preguntó el detective Kiwi a la secretaría Mermelada.
– Pues nuestro noble más conocido. El marqués de Sinestesia. – Contestó Agnés, con una sonrisa.- Se lo podríamos devolver, cuando regrese el detective Papaya.
– Me parece una idea estupenda. Pero quizás él no sabe que su libro ha desaparecido. Pero bien, vayamos a celebrar el éxito de la misión. ¡Os invito a tomar algo! ¡Por la Agencia de Detectives!
– ¡Por la Agencia de Detectives de Monstruos! – Gritaron al unísono.

… En la actualidad…
– Y así fue como hemos estado estos quince días que has estado fuera, detective Papaya. No hemos parado ni un momento. Tenemos todavía pendiente entregarle al Marqués de Sinestesia, su libro extraviado.
– Bueno, en breves dará una recepción y estaremos invitados a su casa noble. No sufráis. Seguramente, con la gran cantidad de libros que tiene, no se habrá dado cuenta de que le faltaba uno. Si no, ya hubiera llamado a la Agencia. Estoy muy contento por vosotros, detectives. Y por ti también, Agnés.
Y entre risas y más anécdotas, cayó la noche en Villalejana y en el interior del almacén de la Agencia de Detectives de Monstruos, alguien comenzó a revisar las páginas de aquel libro, una a una. Con una sonrisilla bajo la nariz, susurró:
– ¡Ya no hay secretos para mi! ¡Ji, ji, ji, ji, ji!
¿Final de la aventura? ¿Continuará…?