Tras resolver el pequeño examen del señor Heliodoro Foucault, el detective Erico Tiramisú le explicó todo lo acontecido en sus pesquisas en la casa de la Marquesa de Sinestesia. Cuando mencionó que el problema era un reloj de cuco alemán, el señor Foucault le miró extrañado. Los relojes alemanes son conocidos en todo el mundo por su precisión, su técnica y su eficiencia. Es imposible que una máquina tan exacta como aquella, dejase de funcionar sin motivo aparente. Por eso, a la mañana siguiente, se dirigieron ambos a Villalejana, a la gran casa de la Marquesa de Sinestesia, que les esperaba junto a la entrada principal. No hubo preguntas, tan solo un breve saludo y un montón de trabajo por hacer. El señor Foucault, descolgó con delicadeza el reloj y lo colocó sobre un gran pedazo de tela de algodón. Con mucho cuidado, fue retirando la carcasa trasera del reloj y observó los mecanismos. Tomó una lupa de su maletín y observó atentamente. En el silencio, se oyó un pequeño grito de alegría. Había encontrado el primero de los problemas. ¿Qué estaba viendo en aquella maraña de engranajes de todas formas y colores?

Tras comprobar que uno de los engranajes estaba mellado, rebuscó en su maletín de trabajo y sacó un par de engranajes nuevos de diferentes tamaños. El primero era demasiado grande, pero el segundo era perfecto para sustituir el engranaje dañado. Con el árbol de engranajes arreglado, dio cuerda al reloj y esperó que llegará la hora en punto para escuchar el canto del cuco. Pero por alguna extraña razón, cuando dieron las nueve en punto, el reloj no emitió el típico canto del cuco, si no más bien, alguien pidiendo silencio. Un ruido sordo, una especie de shhhhhhhh que se repitió tantas veces como marcaba la hora. No había obtenido nada con el arreglo del árbol de engranajes y tocaría revisar el reloj. Además, se fijó en la numeración del reloj. Era errónea. La posición del siete estaba intercambiada con la del diez y la del dos con la del ocho. Aquello no tenía ni pies ni cabeza. Según la esfera, después de las nueve, venían las siete. Y comprobó, adelantando las agujas, como el ruido sordo se volvía a repetir siete, y no diez veces, al llegar a la hora en punto. Buscó nuevamente en su maletín y sacó números romanos bien recortados y esterilizados. Tocaba hacer un cambio de numeración en la esfera.

Tras cambiar la numeración de la esfera. El reloj siguió con su particular tono de alerta de hora, pero lo hacía correctamente. Al llegar las once, once peticiones de silencio resonaron en el gran salón de la Marquesa de Sinestesia. El señor Foucault, desesperado se secaba el sudor, pero el detective Tiramisú estaba intrigado. ¿Cómo sabía el «cuco» del reloj que habían cambiado la numeración de la esfera? ¿Y ese ruido? ¿Venía del interior del reloj o del exterior de la casa? Miró por todo el salón. Estaba lleno de lujosos detalles: cuadros, tapices,… Pero uno de ellos le llamó misteriosamente la atención…
– ¿Y cuál fue, señor Foucault? – Preguntó el detective Papaya, interrumpiendo la explicación que le estaba dando a la secretaría Mermelada.
– Pues la verdad, es que no lo sé. Mi antepasado solo dejó esta anotación escrita. ¡Si sois capaces de resolverla, quizás nos enteremos de que sospechaba el detective Tiramisú!

¿Qué sucederá con la secretaria Mermelada? ¿Consiguieron el señor Foucault y el detective Tiramisú, ayudar a la marquesa de Sinestesia? Continua la aventura. Mientras esperamos, me voy a preparar un té.
Continuará…